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Tiempo difícil para ser humildes

Juezas que se autoperciben como emisarias de la justicia divina y titulan con esas palabras (Justicia Divina) una nonata miniserie sobre sí mismas. Presidentes que se autoproclaman refundadores de la historia nacional (o universal) protegidos por imaginarias fuerzas celestiales. Figuras deportivas o del espectáculo e influencers que sin pudor hacen alarde de sus posesiones materiales. Redes sociales convertidas en vidrieras en las que, mediante selfies y trucos de inteligencia artificial, millones de personas se exhiben como productos codiciables en el afán de sentirse vivos.

El egocentrismo dificulta la posibilidad de considerar al otro, de ver las cosas desde una perspectiva que no sea la propia, estimada como verdadera y única

Por donde se mire no son buenos tiempos para la humildad. El egocentrismo y el narcisismo, convertidos en epidemias en plena era del vacío, la han arrinconado. El egocentrismo dificulta la posibilidad de considerar al otro, de ver las cosas desde una perspectiva que no sea la propia, estimada como verdadera y única. Jean Cole Wright, doctorada en psicología moral y catedrática en el Charleston College (una de las más antiguas instituciones educativas estadounidenses) lideró un equipo que estudió durante más de diez años las funciones de la humildad. “No pensé que fuéramos a llegar a mucho”, confiesa en un ensayo titulado La humildad como base de una vida virtuosa. “Me parecía una virtud poco interesante, si es que era una virtud”. Finalmente llegó a la conclusión de que es un correctivo del egocentrismo, y que permite estados «hipoyoicos», en los que se aquieta el yo. Se reduce la hiperfocalización en uno mismo, lo que permite desplazar más la atención hacia el exterior y contemplar otras ideas, otros sentimientos, la existencia de otras personas.

La humildad sostiene buenos lazos con los otrosUnsplash

La humildad es una virtud tan humilde que quien se jactara de poseerla estaría demostrando, en ese mismo instante, que no la tiene, como bien apunta el filósofo francés André Comte-Sponville en El pequeño tratado de las grandes virtudes. “Es la virtud de la persona que sabe no ser Dios”, define. Algo al parecer muy difícil en los tiempos que corren. Es que para ser experimentada la humildad requiere la certeza de vivir una vida propia, autónoma, una vida elegida, que no necesita de la alabanza o la aprobación ajena para ser real. Una vida que no es perfecta, que quizás no alcanza los ideales soñados, pero que no resigna, no canjea, no pervierte valores y permite dormir en paz. Es una virtud difícil de sostener en una cultura que valora sobre todo el poder, el éxito material y económico, la figuración por cualquier motivo y a cualquier precio, el halago fácil. Una cultura donde todos esos “logros”, reales o ficticios, deben ser exhibidos, y en la cual muy fácilmente humildad puede confundirse con debilidad, timidez o miedo. Y es al revés: ejercer la humildad en ese contexto requiere fortaleza y coraje espiritual, atributos necesarios para que tampoco se la confunda con humillación. Humillarse es postrarse ante alguien, someterse a él con obsecuencia, temor o impotencia. Por lo contrario, la humildad suele ser una forma de resistencia moral ante un poder arbitrario. Y mientras la voracidad y la urgencia del egocentrismo y del narcisismo apenas pueden ocultar la inseguridad y el complejo de inferioridad de quienes los muestran, la humildad discurre por los caminos de la paciencia y la certeza.

Es una virtud difícil de sostener en una cultura que valora sobre todo el poder, el éxito material y económico, la figuración por cualquier motivo y a cualquier precio, el halago fácil

En tanto la arrogancia y la soberbia, otros de sus opuestos, terminan por ser sinónimos de ignorancia, la humildad es el ropaje emocional de quienes no pretenden saber todo, poder todo y poder con todo. No suele ser devorada por el tiempo ni por las circunstancias, permanece en él y a través de ellas. La humildad, dice Comte-Sponville, es la virtud de saberse uno mismo, solo eso, no menos que eso. Reconocimiento de lo que no somos. Lo que requiere, en principio, peguntarse quién es uno. Para no caer en lo que sabiamente advertían Les Luthiers: “Lograrás una humildad que te llenará de orgullo y de soberbia…”.


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