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Paternar a los padres

La mayor expectativa de vida ha tenido varios contundentes efectos sobre las relaciones familiares. Por un lado, los hijos han debido pasar a atender las necesidades emocionales y operativas cotidianas de sus padres ya mayores cuando ellos se encuentran transitando etapas intensamente activas de su vida. Por el otro, en innumerables situaciones, esos padres que alcanzan edades más avanzadas, víctimas de un sistema previsional quebrado, no pueden sostenerse económicamente y son sus hijos quienes, también en este plano, deberán prestarles asistencia.

Pese a los increíbles avances de la medicina, transitar el paso de los años es un desafío para el cuerpo y la mente. Alimentar ilusiones y proyectos que ayuden a conservar el entusiasmo y la vitalidad no es fácil cuando las capacidades se ven paulatinamente afectadas. Se dice que el secreto del éxito tiene que ver con reducir la brecha entre la edad cronológica y la edad biológica para que el estado de bienestar se prolongue junto con los años. Muchos países promueven para eso la interacción de los mayores con los más jóvenes, por ejemplo, en residencias que proponen una enriquecedora convivencia.

Para los hijos, acompañar la mayor longevidad no es sencillo y demandará los mejores esfuerzos y el amor más dedicado. Darse cuenta de que quienes nos criaron a nosotros con tanto afecto y entrega hoy no pueden ocuparse adecuadamente de sí mismos es un trance tan difícil como doloroso. No todos están preparados para resolver la nueva ecuación con los menores costos posibles. Aceptar las nuevas limitaciones es complicado para quien las padece, pero también para quien al registrarlas observa que el tiempo transcurre inexorable y que papá o mamá dejaron de ser Superman o la Mujer Maravilla. El cambio de roles es un punto de no retorno que inevitablemente genera tensiones porque el proceso no se da de la noche a la mañana.

Se suele decir que no hay escuelas para padres. Tampoco las hay para que los hijos aprendan a transitar más llevaderamente estas nuevas situaciones. Aunque no todos somos padres o madres, definitivamente todos somos hijos. Y las tendencias en materia de natalidad auguran que menos hijos deberán ocuparse de más adultos mayores a futuro.

Decenas de consultas médicas poblarán las agendas, con tratamientos que abordan desde la artrosis generalizada al deterioro cognitivo, pasando por audífonos para la sordera o apósitos para incontinencia. Y, muchas veces, la imposibilidad de autovalerse por parte de los adultos mayores conlleva costosas asistencias, cuando no internaciones, capaces de desestabilizar no solo la paz sino también la economía de los hogares. Sin embargo, siempre convendrá apostar al respeto por la dignidad de los que amamos como señalética de los nuevos caminos.

Más temprano que tarde, serán los hijos quienes tendrán que decidir cómo deberá ser el último tramo de la vida de sus padres, considerando un cúmulo de factores que, muchas veces, poco tienen de optativos. Sostener adecuadamente esta nueva etapa del amor familiar demandará también buenas dosis de humor, además de entrega e inteligencia. Reconocer en esos padres añosos la proyección de nuestro propio futuro puede ser ocasión para el enfado o para la empatía. Sin duda, nunca para la indiferencia.


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