Corresponderá a la Justicia y a la Oficina Anticorrupción investigar la responsabilidad que le pudo haber cabido al presidente Javier Milei y, eventualmente, a otros funcionarios en el escándalo ya conocido como “criptogate”. Pero por lo pronto el daño que se ha autoinfligido el primer mandatario promoviendo a través de su cuenta personal en la red social X el lanzamiento de un dudoso emprendimiento y de un riesgoso criptoactivo no es menor. El valor de su palabra se ha visto afectado en forma negativa.
Milei deberá entender que, por el alto cargo que ocupa, no puede comportarse como un simple “influencer” ni ser vehículo de campañas comerciales que podrían resultar incompatibles con la responsabilidad que le confiere el ejercicio de la presidencia de la Nación. Un presidente debe comportarse como tal las 24 horas de los siete días de cada semana.
El jefe del Estado actuó irresponsablemente al difundir mediante un tuit un supuesto proyecto de inversión, llamativamente denominado “Viva la Libertad Project”, que, teóricamente, iba a fondearse con una divisa digital, llamada $LIBRA. En forma más imprudente aún, escasos minutos antes del lanzamiento de este criptoactivo, el Presidente incluyó en su mensaje el link al contrato inteligente que facilitaría a potenciales inversores adquirir la flamante criptomoneda. Esta experimentó de inmediato un aumento exponencial en su precio, lo que permitió a sus tenedores originales vender el activo con descomunales ganancias hasta que su precio se desplomó, provocando cuantiosas pérdidas entre muchos de los inversores de distintos lugares del mundo que arriesgaron su dinero alentados por lo que pareció una recomendación de Milei.
En su primera entrevista periodística tras el escándalo –abruptamente interrumpida por la cuestionada decisión de Santiago Caputo–, el jefe del Estado buscó despegarse del desafortunado episodio. Trató de explicar que no promocionó un negocio, sino que solo lo difundió; negó la existencia de una estafa y aseguró que quienes se lanzaron a adquirir el polémico criptoactivo “sabían el riesgo que corrían”. Recurrió incluso a una poco feliz comparación, al afirmar: “Si vos vas al casino y perdés plata, es tu problema”. Ningún presidente ni ningún economista que se precie de su seriedad debería darles visibilidad a opciones de inversión comparables con apuestas en un casino.
Sería esperable que el Presidente haya aprendido algo de este triste episodio. Entre otras cosas, que debe escuchar a quienes saben y no a quienes solo buscan endulzarle los oídos
Varias horas después del tuit que publicó, Milei admitió en otro mensaje que “no estaba interiorizado del proyecto”, por lo que decidió borrar de la red social el posteo original. Es difícil entender por qué difundió semejante negocio si no estaba interiorizado sobre su alcance. Su propia explicación reafirma la idea de que, al menos en las redes sociales, el primer mandatario habla de algunos temas sin saber y sin chequear, agravado esto por su condición de economista.
El hecho plantea que el teléfono celular del Presidente puede ser un medio para la difusión de cuestiones no verificadas y hasta de fake news asociadas potencialmente a estafas piramidales.
Aunque el Presidente admitió que se comió “un cachetazo”, negó haber cometido un error y solo reconoció que experimentó “un aprendizaje”. Más allá de que sería esperable que Milei haya aprendido algo de este triste episodio –entre otras cosas, a escuchar a quienes saben y no a quienes solo buscan endulzarle los oídos–, resulta deplorable que no reconozca un evidente error, pasible de transgredir elementales principios de la ley de ética pública, como que un funcionario no puede interesarse en negocios incompatibles con su responsabilidad pública ni utilizar su posición para promover productos o empresas privadas.
Son muchos los interrogantes y sospechas que deja el preocupante episodio protagonizado por el Presidente con ribetes impensados dentro y fuera del país. Plantear la posibilidad de un juicio político constituye, sin embargo, una maniobra a todas luces apresurada, además de carente de razonabilidad proviniendo de un sector político como el kirchnerismo, en cuyos líderes la autoridad moral brilla por su ausencia tras un prolongado ciclo de escándalos de corrupción pública que han intentado tapar como sea. Pero la cuestión que involucra a Milei es lo suficientemente grave y exige al menos que el primer mandatario y quienes lo rodean efectúen una sincera y pública autocrítica que ofrezca algo más que meras excusas.
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