Vivimos en una época marcada por la velocidad de los cambios. La tecnología avanza a un ritmo vertiginoso, reformulando no sólo nuestras formas de comunicarnos, trabajar o informarnos, sino también de enseñar, aprender y producir conocimiento. En este contexto, las universidades -particularmente las públicas, como en el caso argentino- enfrentan un desafío profundo: repensarse en clave de futuro sin perder su esencia.
La transformación digital no es un fenómeno que “va a llegar” a las universidades. Ya está sucediendo. Plataformas virtuales, inteligencia artificial, aulas híbridas, ciencia de datos, aprendizaje personalizado: todo esto forma parte del nuevo ecosistema del conocimiento. La pregunta es: ¿nuestras instituciones están preparadas para transitar este cambio de manera estratégica, inclusiva y sostenida?
Desde mi experiencia veo una realidad con luces y sombras. Por un lado, hay voluntad, creatividad, compromiso docente y experiencias valiosas en innovación. Por el otro, persisten limitaciones estructurales -organizativas, presupuestarias, normativas, formativas- que dificultan una transformación integral.
La pandemia puso en evidencia esa tensión. En 2020 cientos de miles de docentes y estudiantes tuvieron que adaptarse a la virtualidad en tiempo récord. Lo logramos con mucho esfuerzo personal, y muchas veces sin las herramientas adecuadas. La brecha digital, que ya existía, se amplificó. ¿Cuántos estudiantes abandonaron o se desconectaron por no tener una computadora o conexión estable? ¿Cuántos docentes quedaron solos frente al aula virtual?
Alimentación infantil: Un estudio vincula edulcorantes comunes con un mayor riesgo de pubertad precoz en niños
Aunque muchos temían un aumento en la deserción, algunos estudios mostraron que el abandono no creció significativamente durante la virtualidad forzada. Sin embargo, el impacto en el acceso y la calidad fue innegable.
En términos estructurales, los datos muestran una transformación silenciosa pero sostenida. Entre 2019 y 2023, la oferta académica a distancia creció un 60%, con el sector privado liderando este proceso (+94%), y el estatal también mostrando un aumento significativo (+28%). La modalidad presencial, en cambio, cayó un 8% en el mismo período.
El debate presupuestario: más que montos
Hoy, cuando el debate sobre el presupuesto universitario vuelve a instalarse con fuerza en la agenda pública, es urgente hablar no sólo de su actualización, sino también de su orientación y su uso por parte de las instituciones. ¿Estamos destinando recursos para modernizar los sistemas, capacitar a los equipos docentes y administrativos, y garantizar el acceso igualitario a las tecnologías? ¿O seguimos gestionando universidades del siglo XX con herramientas del siglo XIX, frente a los desafíos del siglo XXI?
Los datos también reflejan un cambio en el comportamiento estudiantil. En la última década, la cantidad de estudiantes en modalidad a distancia se duplicó (+107%), mientras que la presencial creció 35%. En posgrados, la tendencia es aún más marcada: entre 2016 y 2023, los estudiantes a distancia crecieron un 119%, contra sólo un 5% en modalidad presencial. Esta evolución muestra que la educación superior ya está cambiando, aunque no siempre de forma planificada o equitativa.
El 56% de los argentinos está comprometido con su trabajo, pero pide mejor salario y reconocimiento
Tampoco la modernización tecnológica se trata de cambiar presencialidad por virtualidad, ni reducir la universidad a plataformas. Se trata de repensar el modelo. Hacerlo más flexible, más conectado, más interdisciplinario. Escuchar a los estudiantes, sus necesidades y aspiraciones, promover nuevas competencias, vincularlos mejor con el mundo del trabajo y la producción. Y, sobre todo, fortalecer la misión crítica, formativa y transformadora que debe seguir guiando a las universidades públicas.
Estamos frente a una oportunidad histórica. La transformación tecnológica puede ser una amenaza o una palanca. Depende de cómo la abordemos. De lo que decidamos como sociedad y como sistema educativo para acompañarla con políticas públicas adecuadas, inversión sostenida y una mirada estratégica de largo plazo. Las universidades no pueden ser meras espectadoras del cambio. Tienen que ser protagonistas. Para eso necesitan respaldo, y valentía para mirarse al espejo y animarse a cambiar.
(*) Diputada Nacional