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El adiós a Diana Conti, una luchadora de la política que terminó como espada mediática del kirchnerismo

No sería del todo equivocado definir como una “luchadora de la política” a Diana Conti, muerta a los 67 años, luego de haber estado internada desde días atrás por una neumonía, que finalmente agravó su dolencia oncológica de base.

Como cuadro político ejerció varias mudanzas que sobrellevó siempre con vehementes defensas de sus nuevos domicilios partidarios, en los cuales se le reconocían cierto coraje belicoso, su buena formación académica, sobre todo en materia judicial (fue abogada especializada en derecho penal), su militancia contra la última dictadura y su activismo en defensa de los derechos de las mujeres.

Fue uno de esos cuadros militantes clásicos de la vieja política, que no le rehuyó al barro de las reyertas más feroces, en ocasiones con una vehemencia que no reparaba ni en las formas ni en los contenidos, estilo del que pareció disfrutar con un desdén desafiante por quienes se oponían a su pensamiento, al cual, sin embargo, pareció adherir con convicción y sinceridad.

Esa forma de tramitar, gestionar y ejercer la política alcanzó un sentido exponencial cuando recaló en el kirchnerismo, al que adhirió hasta su última hora, seducida por el arsenal beligerante de la fuerza fundada por Néstor Kirchner. Aunque en el amanecer del kirchnerismo supo tener cruces parlamentarios fuertes con Cristina, ese talante K para ocupar la escena pública le vino como anillo al dedo a esta mujer formada en los códigos más formales y serenos del derecho y los ámbitos de la justicia, a los que quizá no casualmente había llegado luego de una juvenil militancia en el Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT), en su momento la rama política del terrorista Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP), una formación militarizada predominantemente trotskista, pero que también albergaba en aquellos años del setentismo efervescente a las corrientes marxistas, leninistas, guevaristas y maoístas. Dejó ese tiempo atrás con su participación en el Centro de Estudios Legales y Sociales (CELS), cuando era un instituto prestigioso que litigaba y combatía con las armas del derecho contra el desborde dictatorial.

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Diana Contí también fue subsecretaria de Derechos Humanos, senadora y consejera de la Magistratura.

Con su salto a la política convencional, asimiló el juego de la competencia republicana y democrática, y luego de haber colaborado con Zaffaroni en cuestiones del derecho, se incorporó al FREPASO (Frente para el País Solidario) que alimentó con el radicalismo la fuerza política que desalojó al menemismo del poder luego de una década. Fue primero diputada nacional con el resonante triunfo de Graciela Fernández Meijide contra Chiche Duhalde en 1997. También sería consejera del Consejo de la Magistratura, senadora nacional y ejercería la docencia universitaria como profesora adjunta interina en la cátedra de Elementos de Derecho Penal y Procesal Penal en la UBA.

En la función pública sería subsecretaria de Derechos Humanos del gobierno de pésimo final de Fernando de la Rúa y, como muchos de los integrantes del frepasismo, luego del desastre, el tiempo de disponibilidad política le duraría hasta que el discurso con aires progresistas del kirchnerismo sonaría como melodía grata a sus oídos y reflotaría aquel estilo querellante de su militancia en la izquierda ortodoxa y violenta de sus tiempos jóvenes.

Hasta siempre querida Diana. Amiga y compañera.

— Cristina Kirchner (@CFKArgentina) March 8, 2024 A medida que la gestión K se radicalizaba y proponía el “vamos por todo”, Conti se iría transformando en una de las principales espadas mediáticas del kirchnerismo. Saltó sin red hacia el vacío para terminar abrazando como una militante de barricada los embauques del matrimonio Kirchner, al que defendió incluso de evidentes actos de corrupción, de notoria repercusión en la opinión pública. En esa nueva identidad se sumó a la cruzada verbal contra Clarín y sus periodistas.

Fue tan vehemente en esa etapa de su vida política que llegó a desafiar a periodistas con derrapes verbales sorprendentes, como la defensa de José Stalin, el jefe supremo de los soviets entre 1922 y 1953, acusado de matanzas a sus opositores, quien acuñó aquella frase que quedó en la historia: “Una muerte es una tragedia, un millón de muertes es una estadística”. No se le pudo reprochar a Conti falta de sinceridad cuando una noche, en un programa de TV, desafió al panel que le preguntaba con su estruendoso “soy estalinista… ¿y qué?”.

Abanderada principal de la re re de Cristina, prohibida entonces por la Constitución luego de sus dos mandatos, clamó por “una Cristina eterna”. Tanto entusiasmo llevó a la propia presidenta a pedir “no se hagan los rulos”. Conti sería con frecuencia invitada del linchamiento opositor de 6, 7 8, que celebraba su reivindicación al peronismo en su versión K, habiendo sido una antiperonista de manual.

Cristina Kirchner la despidió en las redes: «Hasta siempre querida Diana. Amiga y compañera». Un mérito de Diana Conti: no suele ser un hábito de la ex presidenta transmitir empatía, aún con quienes dieron todo por ella.

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