Javier Milei suele pasar del nerviosismo a la agitación, de la intranquilidad a la irritación, del entusiasmo al éxtasis y del éxtasis a un estado de sosiego, cuando no de soledad. A veces en un mismo día o, incluso, en un puñado de horas. En algunos casos por cuestiones relacionadas con la gestión y, en otros, con asuntos personales. Su temperamento no es escindible de su modo de ejercer el poder.
Así atraviesa sus días desde el 10 de diciembre de 2023, según sus confidentes, que son más bien pocos: “No es fácil compartir la butaca de la montaña rusa con él”, admite uno de ellos. Esta semana no fue la excepción: el Presidente eclipsó la agenda con actividades, anuncios, mensajes en las redes y peleas con nuevos y viejos enemigos. La terminó en el Foro Llao Llao, una cumbre de empresarios en Bariloche en la que prometió una Argentina ya no similar a Alemania, sino mucho mejor, y en la que dejó una frase de esas que perduran: “El que fuga es un héroe”. Regresó directo a la Residencia de Olivos para empezar a preparar el discurso de una inesperada cadena nacional anunciada para mañana.
Será la tercera, por fuera de los mensajes por cadena que están previstos por ley -como la asunción presidencial o el discurso del 1° de marzo en el Congreso-, en cuatro meses de administración. En su equipo dijeron que está pensada para repasar sus logros, pero es posible que Milei esté preparando alguna sorpresa. En el mileísmo suponen que la suerte del Gobierno se está jugando en estos meses. A eso atribuyen ciertas peleas y el esfuerzo por monopolizar la conversación pública. Las disputas con el periodismo, al que acusan de poner palos en la rueda y de no estar a la altura del promocionado y supuesto “cambio cultural”, apuntan también a eso.
La batalla genera momentos de zozobra en la Casa Rosada y en el Parlamento. No todos los funcionarios y legisladores se sienten cómodos con esas fricciones cotidianas con la prensa. Algunos porque creen que afecta la libertad de expresión y otros porque podrían temer que algunos periodistas, enojados porque los asocian con hechos de corrupción, quieran tomarse revancha. Una cosa es proclamar la transparencia y, otra, que todos puedan cumplirla.
Hubo gestiones para que Milei le pidiera perdón a Jorge Lanata y evitara el inicio de una demanda por calumnias. Fracasaron. No solo eso: el Presidente pareció agudizar sus críticas hacia el periodista desde su cuenta de X y las extendió a otros colegas. La estrategia está determinada: “Quiere gobernar con la mayoría del periodismo en contra”, dice uno de sus adláteres.
Los periodistas son, para Milei, parte del problema. Como algunos empresarios, como muchos sindicalistas y economistas y como buena parte de la clase política. Exacerba la disputa. Cree que le depara réditos en la opinión pública.
El caso Lanata es simbólico, no porque se trate de alguien de renombre: el periodista no hizo más que repetir lo que decía un comunicado oficial (que el embajador de Israel, Eyal Sela, había participado de una reunión de Gabinete), pero bastó para que el jefe de Estado lo asociara, sin ninguna prueba, con el cobro de plata ilegal.
Milei apuesta a tener su propio canal de difusión (las redes sociales) y se recuesta sobre un grupo de periodistas que le es fiel y que lo defiende, tenga o no razón; un grupo que no dice una palabra de los cruces con la prensa. Periodistas que también le son funcionales en las redes, donde lo arroban para congraciarse con él y ver si, además de algún beneficio informativo, reciben un retuit. Lo logran con frecuencia, es cierto.
Mientras el Presidente acumula cortocircuitos hacia afuera de su partido, entre los libertarios sigue la tensión. El escándalo en la comisión de Juicio Político de la semana pasada se enfrió, aunque no del todo, porque Marcela Pagano sufrió una descomposición y debió ser internada el miércoles. La diputada había sido elegida presidente de la comisión. Martín Menem, jefe de la Cámara baja, desconoció la elección, pese a que contó con el quórum y con la presencia de la oposición y a que la votación se hizo. Menem llamó a una nueva convocatoria para el jueves que pasó, que debió suspenderse por la internación de Pagano.
Menem y Pagano habían tratado de buscar una salida antes de la internación. No fue posible. Ella ofreció renunciar, pero él se negó: le respondió que eso sería reconocer que estuvo bien elegida. “Mi papá me dijo que esa comisión está mal formada”, le escucharon decir al titular de la Cámara. Menem hijo recurre a Eduardo Menem cuando tiene dudas. “No me pidas que haga algo ilegal”, le contestó Pagano. Menem enfureció.
La diputada sufrió intimidaciones que no quiso revelar. Alguna, incluso, habría hecho referencia a su vida íntima y no política. Su malestar físico le puso un freno al caso. Continuará.
Cuando a Menem le consultaron por su mano férrea en el tema, brindó siempre la misma explicación: “Karina no la quiere a Marcela y es un pedido de ella correrla”. Pueden dar fe varios protagonistas del espacio, aunque él lo desmienta.
No se puede decir que la secretaria general de la Presidencia haya ganado incidencia. Siempre la tuvo, pero ahora comienza a quedar claro que es determinante, que el seudónimo de “el jefe” que le puso su hermano no respondería a una simple ocurrencia. Los que en algún momento la subestimaban por su pasado dedicado al tarot y a la pastelería o, acaso, creían que les bastaba con su diálogo directo con el primer mandatario han padecido algunos sinsabores. “Hablá con Karina”, es una respuesta recurrente del Presidente, en especial cuando se quiere sacar de encima temas que no lo apasionan.
Viene desde los tiempos de la campaña. Apenas hubo ruidos con el financiamiento y con los actos de campaña, le pasó la pelota a su hermana. Fue ella la que provocó que Carlos Kikuchi, acusado de vender candidaturas, saliera eyectado de la mesa chica de La Libertad Avanza. Muy atrás quedaron los encuentros en un café de la Avenida Figueroa Alcorta, donde Karina y Kikuchi se mostraban inseparables.
El “hablá con Karina” ya es una marca de la gestión. Después del fin de semana de Pascuas le tocó escuchar la frase a Sebastián Pareja, el armador libertario en tierra bonaerense. Cuentan que fue a la Casa Rosada con la idea de charlar largamente sobre el armado territorial para 2025 en el principal distrito del país y que la conversación duró tres minutos.
“Esos temas no me interesan, estoy enfocado en bajar la inflación”, le habría dicho Milei. El mismo tono empleó también con dirigentes como Joaquín De la Torre, Diego Santilli, Diego Valenzuela y José Luis Espert. Milei aborrece la negociación, la llamada rosca. No le importa, la considera una pérdida de tiempo y un divertimento de otros, cuando no relacionadas con maniobras espurias. Minucias de la casta.
Cuando Milei deriva el diálogo en Karina tampoco quiere decir que se vuelva mágico. Ella pone un filtro, una barrera no tan fácil de atravesar. El armado en la Ciudad es una muestra. Allí el referente y dirigente más conocido era Ramiro Marra; ella lo apartó. En el interior del país, los nombres de los referentes llevan su sello.
Se ha dicho: la obsesión de Milei es la economía. Pocas veces se mueve de esa zona, que para él es una zona de confort. El Presidente se envalentona cuando mira las reservas, que han pasado a ser positivas, después de una herencia de más de 11 mil millones de dólares negativas. Lo mismo le pasa con el dólar, que algunos economistas proyectaban al doble -e incluso al triple- para esta época del año; y se muestra eufórico con la baja de la inflación. Arrancó en 25,5 % en diciembre; estaría por debajo de los dos dígitos en abril. Según el FMI, rondaría el 150% este año, lo que marcaría un fuerte descenso del 211,4% de 2023.
¿Alcanzará para contener el humor social? Los salarios acumulan en el primer trimestre una pérdida del 19% con respecto a la inflación y las jubilaciones cayeron varios puntos. La actividad se derrumba. Un informe de la Fundación Capital sostiene que las ventas minoristas retrocedieron 12,6% entre marzo del año pasado y este año; el patentamiento de autos un 35,9%; el índice de la construcción, un 40%; y la venta de cemento, un 43,1%.
“La macro, es la macroeconomía, estúpido”, repiten en el entorno de Milei, emulando aquella vieja frase del asesor de Clinton. Y desafían: “El que la ve, la ve y el que no…”. w