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La Policía y el FBI buscan al hombre que secuestró a Ana María, una empresaria de Miami desaparecida en Madrid

Ana llegó a España a finales del año pasado buscando una nueva vida. Iba a divorciarse de su marido, con el que tenía una empresa en Miami y un patrimonio en propiedades cercano a los 15 millones de dólares. Se instaló en Madrid, donde alquiló un piso en el barrio de Salamanca. La Policía española y el FBI investigan ahora conjuntamente si la noche del 2 al 3 de febrero, un hombre acudió a su casa, la secuestró y la hizo desaparecer.

El piso de Ana Knezevich (el apellido de casada) Heneo, una ciudadana estadounidense de origen colombiano y 40 años de edad, estaba algo revuelto, pero la puerta no había sido forzada. Esta semana, según ha sabido CASO ABIERTO, canal de investigación y sucesos de Prensa Ibérica, la investigación pasó del juzgado número 51 de Madrid, que trataba la desaparición, a un juzgado de Violencia sobre la Mujer, lo que implica que existen indicios de que una persona de su entorno sea el principal sospechoso.

Fuentes próximas a la investigación ratifican esa hipótesis como la principal con la que trabajan y consideran «muy improbable» la posibilidad de que la mujer se haya ido voluntariamente.

Un viaje a Barcelona

La investigación ha revelado que, poco antes de desaparecer, Ana estuvo hablando por teléfono con una amiga que vive fuera de España. Esta mujer ha declarado que Ana le comentó que no le apetecía salir aquella noche de viernes, que estaba ya en la cama. Y que estaba ilusionada con un viaje a Barcelona que iba a hacer el lunes siguiente, 5 de febrero, con otra amiga.

Una vecina de Ana en el piso de la calle Francisco Silvela declararía luego a la policía que vio luz en la habitación de Ana poco antes de la una de la madrugada. Fue, dijo, la primera noche que ella no bajaba la persiana. A la mañana siguiente, la luz estaba apagada, la persiana seguía subida y Ana ya no estaba.

Joaquín Amills, portavoz de la familia Heneo y presidente de SOS Desaparecidos, lo explica así: «Ana María era muy abierta con sus amigas, lo contaba todo: sus ilusiones, sus decepciones… Aquella noche ella deja claro que no tenía ningún plan ni esperaba ninguna visita”.

El último mensaje enviado por Ana María a dos amigas horas antes de desaparecer.

El último mensaje enviado desde el móvil de Ana María a una de sus amigas. / CASO ABIERTO

El sábado, 3 de febrero, el teléfono móvil de Ana está apagado. Solo se conecta para enviar dos mensajes de whatsapp. Hacia la una de la tarde, una amiga suya que vive en Suecia recibe el primero. Es un texto en inglés.

A las tres de la tarde una amiga española recibe otro. Esta vez, el texto está en castellano: «Conocí a una persona muy chévere. Tiene una casa de recreo a unas 2h de Madrid. Ahora nos vamos y pasaré unos días allí. Aunque apenas hay señal. Te marco cuando vuelva».

«Ana no escribe así»

Las dos amigas no reconocen la forma de escribir ni las palabras utilizadas como propias de Ana. Las dos la llaman al móvil para hablar con ella, pero no contesta. Nadie volverá a saber nada de Ana. El cotejo de otros mensajes que Ana María sí envió a sus amigas antes de desaparecer ha revelado que ella nunca ponía tildes, puntos ni comas en sus whastapps.

Joaquin Amills cree que quien envió esos mensajes fue el hombre que la ha hecho desaparecer: «Ana María no empleaba la palabra chévere. Por otro lado, la amiga española recibe ese mensaje casi tres horas más tarde del primero. Se trata de alguien que ha usado el teléfono móvil de Ana María y que intenta ganar tiempo, que no le molesten durante dos días», explica.

Ana sabe inglés y español. Su último mensaje de whatsapp parece escrito con un traductor de textos. Eso implicaría que el hombre que la ha hecho desaparecer sabe inglés, pero no sabe español

Además, el mensaje escrito en castellano podría ser producto de un programa de traducción de textos. «Alguien ha cogido el texto en inglés, ha pasado el texto por un programa de traductor al español y lo ha enviado», afirma Amills. Ana es colombiana de origen y habla perfectamente inglés y español. La utilización de ese traductor implicaría que «su secuestrador sabe inglés, porque el texto está bien escrito, pero lo que no sabe es español».

El domingo 4 de febrero, una de las amigas acude al piso madrileño de Ana. Nadie responde. La mujer llama a la policía y los agentes avisan a los bomberos, que entran por la ventana. No hay rastro de Ana, que ha dejado allí todas sus pertenencias y su ropa, algo insólito para alguien que va a pasar un fin de semana romántico con una supuesta pareja. En el piso, eso sí, no están su teléfono móvil y sus dispositivos electrónicos, que han desaparecido.

Personas tóxicas

El lunes 5, la amiga de Ana acude a la estación de Atocha. Quiere creer que ella aparecerá para hacer aquel viaje que tenían planeado a Barcelona. Pero Ana no aparece. Entre otras cosas, iban a asistir a una conferencia de la psiquiatra Marian Rojas Estapé, especialista en temas de autoestima y personas tóxicas, algo, esto último, de lo que Ana trataba de librarse definitivamente cuando se refugió en España.

Los investigadores de la Policía Nacional repasan primero la vida de Ana en Madrid, donde llevaba apenas dos meses. Aparentemente, no tenía problemas. Buscaba un nuevo piso de alquiler en uno de los barrios más caros de Madrid por el que pensaba pagar entre 3.000 y 4.000 euros al mes. Quería establecerse, ya tenía teléfono móvil, estaba haciendo trámites para la cobertura sanitaria y planeaba incluso montar un negocio. «Estaba fuerte, ilusionada, le gustaba Madrid, quería volver a empezar. Veía Madrid como el inicio de su futuro», subraya Joaquín Amills. No parecía haber sombras en su vida en España.

Trámites de divorcio

La alarma llegó de su vida anterior. Ana había llegado a Madrid para romper con su marido, un ciudadano de origen serbio con el que lleva casada 13 años y con el que compartía también la empresa que tantos beneficios les daba. Fuentes próximas a la desaparecida confirman que a principios de enero la mujer había iniciado los trámites de divorcio, para lo que había contactado con un abogado en Florida. «Cuando me haya divorciado, podré vivir el resto de mi vida», le comentó a una de sus amigas.

El final del matrimonio no estaba siendo fácil. Acudieron a terapia de pareja y Ana, según su entorno, se dio cuenta entonces de que estaba siendo maltratada psicológicamente con distintas humillaciones. Una de las últimas ocurrió el pasado mes de octubre, cuando su marido le propuso que viajara a Belgrado para reconciliarse y darse una nueva oportunidad.

Hasta allí fue Ana, pero, según explicó a sus amigas, cuando llegó a Serbia, su marido la despreció y la rechazó. Tuvo que alojarse en un hotel y coger el avión de vuelta a Estados Unidos.

El reparto del dinero

Fue el último episodio antes de que decidiera definitivamente divorciarse. Ana propuso a su marido un reparto del 50 por ciento de los beneficios y el patrimonio de la empresa, valorada en unos 15 millones de dólares. Fuentes próximas a ella afirman que el marido lo rechazó. Le propuso darle el 25 por ciento a ella, además de pasarle una pensión mensual con la que podría vivir «como una reina» el resto de su vida.

La tensión de todos esos meses fue haciendo mella en Ana, que sufrió miedo y angustia, según han relatado sus mejores amigas. Empezó a tomar medicación antidepresiva leve. Sus amigas han apuntado incluso sus sospechas de que pudiera tener hackeado el correo electrónico y el teléfono móvil. La aconsejaron alejarse de su marido. Una de ellas vive en Madrid, de forma que Ana se mudó a España tras hacerle una breve visita en el mes de septiembre.

Mensajes del marido

Según la investigación, los últimos días antes de desaparecer, Ana comentó a sus amigas que había recibido varios mensajes de su todavía marido y socio. En uno de ellos, él le proponía olvidar los problemas y recuperar la relación, volver a estar juntos. Ana lo rechazó.

Los días siguientes, su marido, que está en Belgrado, le envía nuevos mensajes. El relato que hizo Ana a sus amigas es que esa vez, sorprendentemente, le anuncia que acepta el divorcio y se muestra dispuesto a darle da el 75 por ciento de la empresa. En otro whatsapp posterior, le dice que se quede ella con todo. Ana lo rechaza y le insiste en que debe ser la mitad para cada uno. Joaquín Amills interpreta estos mensajes como que «de alguna forma, se ha enterado de que Ana María está decidida a divorciarse y lo que intenta es frenarla y ganar tiempo».

Unas horas antes de la desaparición de Ana, un hombre que oculta su rostro con un casco de moto pinta con spray negro y deja ciegas las cámaras del telefonillo y el portal de la casa donde vivía

La investigación de la Policía Nacional descubre que la mañana del 2 de febrero, un hombre que llevaba puesto un casco de moto se acercó al portal de la casa de Ana en la calle Francisco Silvela, en Madrid. Tapó con spray de pintura negra la cámara del telefonillo de la entrada y también la que hay en el pasillo, junto al ascensor del edificio. La Policía Nacional investigó si había habido robos en el inmueble, por ser una de las tácticas utilizadas por los ladrones, pero esa noche no hubo ningún suceso extraño, solo la desaparición de Ana.

La familia de Ana, de origen colombiano y residentes en Estados Unidos, pone entonces una denuncia por su desaparición en Florida. Antes, su madre y sus tres hermanos han contactado con el marido, que dice no saber nada de ella. Afirma que está en su país de origen, Serbia. Insiste en que no ha pasado por España, mucho menos la noche que Ana desapareció. Asegura que no ha tenido noticias suyas y que no sabe dónde está.

Llega el FBI

El FBI empieza a colaborar en las investigaciones de la policía española. Mes y medio después de la desaparición de Ana, trabajan en dos direcciones. Seguir los movimientos que hicieron su teléfono móvil y sus dispositivos electrónicos desde el día que desaparecieron con ella y seguir también los movimientos de su marido, que estaba supuestamente en Serbia aquella noche. No consta que haya llegado a España, al menos en avión. En esa línea, investigan si el hombre pudo alquilar un coche y cruzar media Europa para entrar en España sin dejar rastro.

Nuevas amistades

El reciente grupo de amistades madrileñas de Ana y la posibilidad de que su atacante fuera uno de ellos también está siendo comprobada. «En Madrid, Ana tenía un círculo social de clase alta, con personas que están ya identificadas por la policía», explica Joaquín Amills, que no da mucho crédito a esa línea de investigación.

La otra posibilidad es la de que un desconocido irrumpiera en su vida aquel fin de semana y sea el causante de su desaparición. Amills no lo cree: «No tiene sentido la posibilidad de esa tercera persona. En la conversación que tiene con su amiga esa noche, Ana deja claro que no va a salir. Todo indica que estaba en la cama cuando llamaron a la puerta».

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