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Secretos y especulaciones en la novela de Javier Milei, Cristina Kirchner y Lali Espósito

Después del abrazo, la reconciliación pública y el encuentro a solas con el papa Francisco en el Vaticano, Javier Milei regresó el martes a la Argentina. En Roma se lo había visto relajado, emocionado, místico. Pero cuando el vuelo ITA Airways AZ-680 aterrizó en Ezeiza, emergió de nuevo el otro Milei. “Volvió en modo incendiario”, dijo, en lenguaje denotativo, una de las personas que mejor lo conoce. Ya durante el trayecto aéreo había alimentado la polémica con Lali Espósito y le había dado “me gusta” a posteos con memes que ridiculizaban a la artista. Esa noche, la del regreso, citó a su mesa ultra chica en la Residencia de Olivos. Como no le atrae demasiado comer, menos cuando hay trabajo de por medio, los tres funcionarios convocados cenaron antes de asistir: su hermana y secretaria general de la Presidencia, Karina; su gurú estrella, Santiago Caputo; y el jefe de Gabinete, Nicolás Posse. Ellos son el poder.

La reunión se extendió hasta pasadas las once de la noche. Comenzó a abordarse allí la estrategia de enviar al Congreso, de manera fraccionada, algunas de las iniciativas que naufragaron cuando fracasó la Ley Ómnibus. Se habló también de las medidas que iban a impulsar en la semana: entre ellas, la eliminación de los fondos fiduciarios por unos dos mil millones de dólares -que el oficialismo asocia con las cajas negras de la política- y la quita de subsidios a las obras sociales, que promete recalentar la pelea con la CGT.

También se charló sobre la necesidad de enviar al Parlamento un proyecto de reforma laboral, que si bien fue incluido en el DNU, hoy está frenado por la Justicia. En todos los temas se plantearon los ejes comunicacionales, un arma que el mileísmo considera letal. En ese diseño aparece con frecuencia la búsqueda de un enemigo que permita poner de un lado a los que quieren “el cambio” y, del otro, a los que impulsan el statu quo, “la casta”. Lo nuevo y lo viejo, podría resumirlo Jaime Durán Barba. Vale la comparación. Santiago Caputo es uno de los discípulos del ecuatoriano.

Juran que esa noche en Olivos no se trató la cuestión Lali. No hizo falta. Eso quedó desde el primer momento en las exclusivas manos del Presidente, que maneja la red X desde el mismo celular con el que habla con Emmanuel Macron o Giorgia Meloni. Alguna vez, a los pocos días de asumir, le acercaron un nuevo celular, encriptado, y le preguntaron si quería dejar al cuidado de sus asesores el manejo de las redes. Milei solo cedió con Instagram y TikTok. “El twitter es mío”, dijo. Nunca más se lo propusieron. Milei dedica un buen tiempo a navegar la red de su admirado Elon Musk. Puede escribir, retuitear, postear notas de los portales y hasta saludar por el cumpleaños a usuarios con muy pocos seguidores.

Aun mirando con la ventaja que da no ser parte del contenido, a ninguno de los integrantes de su círculo áulico le pareció grave la controversia con Lali, a quien el jefe de Estado llamó “Lali depósito”, al asociarla con los recitales que se pagaron con fondos públicos. “No nos parece que se haya excedido, no dijo nada del otro mundo -decían sus colaboradores-. El personaje Lali es lo de menos, lo relevante es lo que genera a su alrededor”.

Se trata, para ellos, de una batalla cultural que juzgan imprescindible. Milei vendría a desnudar -siempre según la lógica de La Libertad Avanza- un entramado social que abarca a políticos, artistas, periodistas y hombres y mujeres de la cultura que se mueven en sintonía con el kirchnerismo para que nada cambie. “Principio de revelación. Muchos son kirchneristas aunque no lo sepan”, afirman.

La polémica con la actriz y cantante fue furor en X y cada una de las controversias se replicaba al instante en los portales de noticias, los dedicados a la política, pero también los que husmean en el show del espectáculo. Un trabajo de Scidata Argentina reveló que entre el lunes y el sábado al mediodía, la disputa generó 634.300 menciones en X, es decir, acaparó el 54,1% de la conversación. La inflación, por ejemplo, pese a que el Indec difundió el índice de enero el miércoles (20,6 %) arrojó 130.400 comentarios, el 11,1% de lo hablado en la red, y el día de San Valentín solo 88.300 menciones, el 7,5%. Este tipo de métricas es la que siguen en la Rosada. No reparan en el lenguaje ni en la agresividad.

Lo que no estaba en los cálculos del Gobierno era la reaparición de Cristina. El miércoles a las 7 en punto de la mañana, la ex presidenta sorprendió al publicar en sus redes un documento con fuertes críticas a la actual administración, que tituló “Argentina en su tercera crisis de deuda”. Venía trabajando en el texto desde enero. Por su despacho del primer piso del Instituto Patria desfilaron muchos dirigentes que le aportaron información. La voz que más escuchó fue la de Axel Kicillof (no solo en economía, sino también, por ejemplo, en el capítulo sobre cómo replantear el sistema de salud), aunque a la vez consultó a dirigentes menos relevantes, como la diputada Julia Strada y el economista Hernán Letcher.

Su idea era presentarlo en marzo, cuando se cumplieran tres meses del cambio de gobierno, y en momentos en que -especulaba- comenzaría a perder atractivo la luna de miel entre el ganador del balotaje contra Sergio Massa y el 56 % que lo votó. Un hecho inesperado la alteró. El periodista Roberto Navarro contó la semana pasada en su programa cuál era, supuestamente, el pensamiento íntimo de Cristina.

“Ella cree que Milei es hoy el político que mejor está haciendo las cosas en términos de técnica política”, afirmó el periodista. El video se viralizó. La feligresía cristinista y el establishment interpretaron que el periodista había hablado con Cristina. No hay que descartar esa charla, pero ella lo maldijo frente a sus confidentes. “Me tergiversan”, apuntó. Y aceleró el documento.

En el texto abundaron las críticas al rumbo de gestión. Dijo que el ajuste va a derivar en un plan de desestabilización y propuso una serie de cambios, entre ellos muchos que ni siquiera se animó a discutir cuando era presidenta o vicepresidenta de Alberto Fernández. O que directamente bloqueó, como la actualización del sistema laboral. A Milei, además, lo trató de showman. Y a Milei no le disgustó.

Cristina pareció meter sus narices en la negociación que La Libertad Avanza trama con el PRO. Sostuvo que ni siquiera era necesario que Mauricio Macri o Patricia Bullrich se jugaran por él en el balotaje. “El desplazamiento de votos igual se hubiera producido”, razonó. La ex presidenta hasta dejó abierta la posibilidad de acompañar algunos proyectos de Milei en el Congreso.

El primer mandatario cree que Cristina trata de impedir la alianza porque teme un huracán de votos en contra en 2025. Esto es: Milei ya habla, sin decirlo explícitamente, de una fusión electoral con el PRO. Para algunos, es lógico: ¿Alguien imagina a Bullrich apoyando una lista que no sea la que impulsa el gobierno del que forma parte? Solo podría reverse ese escenario si se produjera un cataclismo político.

Los radicales, socios del macrismo desde 2015, y un sector del PRO, representado por Horacio Rodríguez Larreta, deberán resolver qué hacer, más allá de que las conversaciones entre el oficialismo y el macrismo se demoren. La Coalición Cívica de Elisa Carrió la vio venir: hace ya varios meses que pegó el portazo.

En la Casa Rosada había una suerte de euforia por la reaparición de la jefa de Unión por la Patria. Quizá, la necesitan. Aunque existen variables que el Gobierno puede celebrar (la tranquilidad en los mercados, la acumulación de reservas, el superávit financiero y la baja del riesgo país), hay números que estremecen. En enero, para no ser pobre, una familia necesitó ingresos por $ 596.823. Según un informe de la Universidad Di Tella, en los últimos tres meses hubo 3,6 millones de personas que cayeron en la pobreza, lo que equivale a unas 22 millones y, para el Observatorio de la UCA, la pobreza ya estaría en el 57%, la mayor en 20 años.

¿Hasta dónde llegará el umbral de tolerancia social por el ajuste? Es una pregunta que recorre desde Balcarce 50 hasta los despachos de los empresarios más poderosos del país.

La discusión pública, primero con Lali y después con Cristina, ayudó a desviar la atención. Nunca está de más que el cuco asome la cabeza, ironizaban los libertarios, luego del tuit de Cristina. Milei imprimió las 33 páginas. Las leyó casi con delectación. Desgranó punto por punto, hizo anotaciones a mano, flechas y correcciones. Con ese borrador en la mano esperó a los tres periodistas de LN+ que ese miércoles habían pactado una entrevista con él.

La tentación de una pelea con Cristina siempre está. Lo puede decir Macri. Aunque hay que reconocer que Milei puede desafiar a Cristina con el mismo ímpetu que lo hace con una estrella pop, con un diputado al que acusa de corrupto o con un usuario anónimo de X. “No lo van a domesticar”, prometen a su lado.

Los gobernadores están en pie de guerra. El cordobés Martín Llaryora salió a cuestionarlo fuerte esta semana. Una diferencia abismal con su antecesor, Juan Schiaretti, al que le generaban escozor los medios porteños. Muchos mandatarios peronistas podrían imitar a Llaryora en el corto plazo. Milei les exige un ajuste. Ellos quieren un pacto fiscal. El Gobierno cambió después de que se cayó la Ley Ómnibus.

Los mandatarios de Juntos por el Cambio, más afines que los peronistas, también están en alerta. El viernes hubo un Zoom. Estaban 9 de los 10 (solo Gustavo Valdés no participó) y todos dieron por finalizado el diálogo con los interlocutores de Milei. “Se terminó. Solo hablaremos con el Presidente”, pactaron.

Esos nueve gobernadores preparan dos argumentos para intentar seducirlo: le dirán que están dispuestos a un mayor ajuste en sus cuentas y machacarán sobre el despilfarro de envíos discrecionales que durante la era K se hizo a las provincias. A cambio, pretenden mayor coparticipación de los impuestos. Milei, por ahora, dice que no. Que cómo se atreven.

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