Niños, hombres y mujeres se sumergen en las minas de cobalto en el Congo a cambio de un euro al día. Enferman y mueren en contacto con este mineral altamente tóxico, cuando no quedan sepultados en sus “minas artesanales” donde ni siquiera se rescatan los cadáveres; y todo, para que las baterías de nuestros dispositivos electrónicos duren un poco más. Extraen el 90% del cobalto utilizado por las grandes tecnológicas que juran que su explotación es limpia y respeta los derechos humanos. Kara recorre el infierno sobre la Tierra y lo cuenta en ‘Cobalto Rojo. El Congo se desangra para que tú te conectes’ (Capitán Swing).
“El verdadero infierno sobre la Tierra” –Joseph Conrad, 1899–, ¿está todavía en el Congo, tan silenciado y oculto como entonces?
Sí, el pueblo y sus recursos padecen el mismo sistema de pillaje y explotación desde entonces: lo único que ha cambiado es que ahora los colonizadores proclaman su respeto por los derechos humanos y aseguran que protegen la dignidad de quienes participan en la cadena de extracción de recursos.
¿Diría que la situación es hoy peor que durante la sangrienta colonización belga?
Sí es peor en cuanto que la violencia se enmascara bajo una hipocresía muy hiriente, que es lo que define el nuevo orden económico global: se presenta como el campeón del desarrollo y el respeto a los derechos humanos pero está perpetuando la crueldad del sistema colonialista de los últimos dos siglos. La estadística de muertos y de torturas fueron peores a principios del XX, seguro, durante el reinado de Leopoldo I de Bélgica 13 millones de congoleños fueron asesinados, pero la desconexión entre nuestro supuesto desarrollo moral hoy y lo que está padeciendo el pueblo africano es quizá más inaceptable.
El problema fundamental –sostiene– es la falta de transparencia en la cadena de producción mineral: al menos el 70% cobalto empleado por las tecnológicas procede de la llamada “minería artesanal”. ¿Qué esconde ese eufemismo?
En torno al 90% de la explotación mineral de esta zona se practica de forma “artesanal” (a mano y sin medidas de protección ni seguridad alguna). Lo crucial es que la falta de transparencia, la imposibilidad de rastrear el origen del mineral, está perfectamente diseñada por el sistema de economía global. De otro modo, el extremo superior de la cadena no podría tener los beneficios actuales. Las sombras en las cadenas de suministros permiten ocultar la procedencia no sólo del mineral sino de otros muchos productos, lo que perpetúa el sistema de explotación colonial. Los interesados se echan la responsabilidad unos a otros, pero ¿quién va a enviar a sus equipos al terreno a comprobar que se emplea a niños, discapacitados, y niñas y mujeres embarazadas o con sus bebés a cuestas? Por esto los investigadores y los periodistas debemos hacer nuestro trabajo: atraer la atención del mundo al horror que es hoy Congo.
¿También necesitan mantener la miseria local, para contener los precios en origen?
A las multinacionales se les llena la boca hablando de sostenibilidad, vigilancia de los derechos humanos, etcétera, pero saben que en el hemisferio sur la gente trabajará por un euro al día y en cualquier condición.
¿Quién sería el máximo responsable de este infierno, las grandes tecnológicas, el globalismo, la corrupción de los gobiernos locales…?
Las compañías tecnológicas que crean la demanda. Inventaron la aplicación del cobalto para que las baterías de sus dispositivos y coches eléctricos duren el mayor tiempo posible y sin calentarse. Ya no podemos funcionar si no tenemos una autonomía de 24 horas, de ahí viene este enorme desarreglo.
Leo: “Nunca Congo había sufrido tanto por culpa de tan altos beneficios, todos relacionados con la industria lifestyle”. ¿Qué podemos hacer los consumidores, individualmente, para no contribuir a esta catástrofe?
La gente debería estar preocupada por su participación en un engranaje que provoca una enorme violencia sobre el pueblo africano: enchufamos nuestro teléfono, dispositivos o coche eléctrico sin pensar si quiera que ese acto matará a varios niños congoleños ese mismo día. En segundo lugar, tenemos que crear una concienciación que fuerce a una regulación: nada cambiará mientras el mundo no sea consciente de este horror. Y por último, ser cuidadosos con nuestros hábitos de consumo: no hace falta cambiar de teléfono cada año por uno mejor, hemos de resistirnos a la persuasión de las campañas de marketing. Cuando las compañías se dieran cuenta de que un número importante de consumidores se niegan a participar en esta violencia contra el pueblo africano, se verían obligados a dignificar las condiciones de extracción del cobalto.
Mister Kara, ¿ha visto usted en sus viajes de investigación a alguno de estos bebés monstruos, nacidos de padres sometidos a la toxicidad del cobalto?
He estado en pueblos del Congo donde hay muchísimas incidencia de estas malformaciones congénitas nunca antes vistas, producidas por la exposición a la toxicidad de este mineral. Pero es que no existe ni la primera norma de control, a nadie le importa en África. Esta región minera llamada El cinturón del cobre padece además una epidemia de cáncer, enfermedades autoinmunes, neurológicas, de piel y del aparato respiratorio.
¿Tampoco nadie protege a las mujeres y a los niños de la violencia y los abusos sexuales?
Es que ni siquiera se habla de ello: es lo normal; allí donde no hay normas e impera la pobreza, son siempre los colectivos más vulnerables al tráfico y al abuso sexual. Hay miles de niñas adolescentes buscando cobalto en las minas cargando a sus bebés a la espalda, y nadie sabe cómo serán las consecuencias a largo plazo de esta exposición a un mineral que es altamente tóxico simplemente al tacto, imagínate respirar ese polvo, ingerirlo, beberlo… Todo allí está contaminado. La transición ecológica se está llevando a cabo con enorme hipocresía. ¡Estamos intentando que nuestros hijos hereden un mundo ecológico a costa de la vida de los niños africanos!
Estima que Congo tiene reservas de cobalto para 40 años más, incluso con un incremento de la demanda que cifra en un 500% en las tres próximas décadas. Llegado ese momento, ¿la región minera habrá sucumbido a su total deforestación, será un desierto inerme?
Lo que quedará será el apocalipsis. Cuando el cobalto se acabe o deje de necesitarse por un cambio tecnológico, después de dos generaciones sometidas a semejante grado de violencia y degradación, nada más que suciedad quedará bajo sus pies. Por eso es tan urgente detener esta injusticia inmediatamente.
Congo, eufemísticamente denominado República Democrática, posee uno de los suelos más ricos del planeta, es la segunda reserva de oxígeno después del Amazonas y sin embargo está entre los 20 países más pobres del mundo. ¿Cuándo y cómo empezó esta triste historia?
Su riqueza fue su condena, porque atrajo a los peores expoliadores imperialistas: primero fue el oro, los diamantes, el coltán, el niquel, el cobre y, ahora, el cobalto. En 1960 consiguieron la independencia y el presidente electo, Lubumba, prometió que los recursos serían para el pueblo, pero los poderes del nuevo colonialismo belga lo asesinaron e impusieron a Mobutu, un sanguinario nuevamente a las órdenes de Bélgica. Le sucedieron Kabilia y luego su hijo, igualmente corruptos que sólo se preocuparon de llenar sus bolsillos y tener contentos a los poderes extranjeros, hoy comandados por China. A lo largo de estos 63 años ningún líder del pueblo ha logrado la promesa de Lubumba, porque lo asesinan. Todo África está gobernada por los poderes extranjeros, las grandes potencias del Norte Global que permiten la explotación de su riqueza sin el más mínimo escrúpulo ni respeto a los derechos humanos básicos. Los africanos han heredado el legado del dolor de generaciones, lo llevan grabado en sus caras, y Congo todavía es una colonia de esclavos en manos extranjeras.
¿Está de acuerdo en que la colonización belga fue entre todas la más cruel?
Leopoldo I de Bélgica gobernó el país como si fuera su propiedad privada y provocó un genocidio de 13 millones de personas. Pero todos los países colonizadores tienen las manos manchadas de sangre en la explotación de recursos en beneficio propio. Los colonos belgas no tuvieron restricción alguna y causaron muertes que superan el doble de víctimas del holocausto judío, y hoy el “corazón de las tinieblas” sigue estando allí.
El color de la piel era el factor que organizaba la jerarquía durante los tiempos coloniales, pero según usted esta alienación racial sigue vigente. ¿Serían los chinos los nuevos blancos?
La jerarquía de la piel sigue en vigor, claro: cuanto más oscura sea, peor te tratarán, es algo implantado por los europeos. Y los chinos están repitiendo la historia colonialista: es su turno, su baza colonizadora. El 70% de la explotación minera en Congo está hoy en manos de compañías chinas y en cuanto al cobalto, son los grandes proveedores mundiales.
Y en estas circunstancias habla usted de esperanza, en el infierno. ¿Acaso la esperanza vendrá del apoyo de Estados Unidos al nuevo gobierno congoleño? ¿Todavía cree que si el poder y el monopolio cambian de manos habrá esperanza?
Sí, siempre hay una esperanza: hay más gente de buena voluntad que demonios en la especie humana. Cuando la gente conozca y tome conciencia del horror en el que está participando no lo va a aceptar. Pero no tiene nada que ver con gobiernos ni corporaciones, sólo la voluntad y los líderes morales pueden hacer cambiar el estado de las cosas.