Con algo de retraso respecto a su fecha habitual, ARCO abre sus puertas. Doscientas cinco galerías procedentes de treinta y seis países han tomado los pabellones siete y nueve de Ifema. El reparto es el habitual: un tercio corresponde a galerías nacionales y otro tanto viene de Latinoamérica. ¿El cupo restante? Mayoritariamente, escuderías centroeuropeas. La feria más feria de nuestas ferias de arte contemporáneo abre sus puertas con algunas ausencias notables. La más comentada: la jubilación de una de sus fundadoras, la simpar Juana de Aizpuru, a la prematura edad de noventa años. La más trágica, la desaparición de José Martínez Calvo, mitad de la galería Espacio Mínimo, en cuyo stand se le rinde homenaje.
En estricto cumplimiento del deber, servidor ha cruzado los tornos de entrada a primerísima hora de la mañana: para mi sorpresa, la feria ya estaba atiborrada de propios y extraños. Este tipo de eventos, como venimos repitiendo en estas crónicas, son una pésima ocasión para ver arte. Los stands, que son un muestrario de lo más característico o vendible, se suceden sin orden ni concierto hasta llegar a las secciones comisariadas, en las que el visitante recala en un estado de embotamiento mental casi irreversible. En esta edición, al consabido Opening (el pasillo donde las galerías debutantes se baten el cobre para escalar a las ligas mayores) se añade Nunca lo mismo. Arte Latinoamericano, un programa curado por José Esparza Chong Cuy y Manuela Moscoso y La orilla, la marea, la corriente: un Caribe oceánico, a cargo de las comisarias Carla Acevedo-Yates y Sara Hermann Morera, que ocupa el habitual lugar del país invitado (un concepto geográficamente diluido desde aquella edición en que se invitó al «futuro»). Aunque se plantee con una verborragia teórica insoportable («se plantea examinar algunas de las maneras en que se nombran, narran y perciben las proporciones y connotaciones de ese espacio —fundamentalmente conceptual— desde la producción de sentido»), la visita tiene su interés y reúne un buen puñado de galerías interesantes.
Dicho lo cual: ¿qué encontrará el visitante que se acerque a la cuadragésimo tercera edición de ARCO? Mucha pintura. Una insulsa tendencia de imágenes desaturadas y a medio enfocar (la sombra de Richter es alargada) parece haber tomado el relevo a la anterior plaga de coloridos muñecos de ojos grandes. El mercado tiene sus modas, ya se sabe. Felizmente, algunos galos resisten. En la galería Alegría, Jorge Diezma expone una serie de bodegones bizarros entre los que destaca una monumental pieza que retrata la cabeza de un pescado. Más: en The Goma pueden ver un díptico excepcional de Miguel Marina y, en un formato parecido, Manuel M. Romero hace lo propio en ArtNueve (un cuadro rojo que, en su aparente simpleza, oculta una delicadeza cromática exquisita). Romero debuta en esta edición en el stand de la galería Bärbel Grässlin, sumándose a la escueta nómina de artistas españoles con proyección internacional.
Siguiendo con el capítulo de compatriotas, Maisterra Valbuena expone dos peleles de Jacobo Castellano, cuya rotunda exposición puede verse estos días en el espacio de la galería. Junto a ellos encontrarán dos soberbios cuadros de Jerónimo Elespe. Elena Blasco protagoniza el proyecto individual de Espacio Mínimo, que se compone de unos dibujos vigorosos y unas esculturas casi bidimensionales (pirueta que tiene su aquel). En Juan Silió, Nora Aurrekoetxea ha instalado una portentosa pareja de columnas compuestas con lonas gruesísimas e Irene de Andrés presenta su biblioteca de libros fusilados (la artista ha trabajado con la colección de libros dañados durante la Guerra Civil). Regresando a la sección de proyectos (los hay muy disfrutables, como el de Fuentesal Arenillas en Luis Adelantado), la galería José de la Mano prosigue con su proyecto en torno al arte homosexual en los años de la transición, en colaboración con Joaquín García (en la feria pueden verse dos obras fundamentales de Juan Hidalgo y Roberto González Fernández). En sintonía (imagino que espontánea), Bombón Projects exhibe el original de la Turandot de Nazario, junto con su propuesta imposible del cartel de las fiestas de primavera de Sevilla (tema de candente actualidad local, conste).
Algunas recomendaciones finales (que no son otra cosa que lo que ha decantado tras varias batidas de caza): Álvaro Negro en F2, Alegría y Piñero y José Guerrero en Alarcón Criado, José Miguel Pereñíguez en Rafael Ortíz, Jochen Lempert en ProjectSD, Esther Ferrer en 1 Mira Madrid, Nancy Spero en Prats Nogueras Blanchard (la galería debuta tras su recientísima fusión) y las hermosas esculturas de Antonio Fernández Alvira en House of Chapaz.
Llega el medio día y el respetable sale a comer. De un momento a otro comenzarán a fallarse los premios y a anunciarse las grandes adjudicaciones. Los excéntricos (un propio se había hecho un sombrero con zapatillas del Lidl y una señora perfectamente europea ha tenido la feliz idea de calzarse un gorro chino) vuelven a sus madrigueras. Este año, rompiendo la dinámica habitual, los reyes vendrán a inaugurarnos esta tarde. Entiendo que, hasta la botadura real, todo es simulacro. Para colmo de confusiones, el ministro Urtasun anunció ayer que están considerando equiparar el IVA del arte contemporáneo al tipo reducido del resto de sectores culturales. No sé si eso disuadirá a los compradores: puestos a desembolsar, yo esperaría a las rebajas.